Por si la boca había mentido se pesaba el corazón, contenedor de pensamientos y
obras que, si en vida había acumulado culpas graves, estaría lastrado y no apto
para ingresar en el reino de los muertos. La exigencia era mucha, ya que el
contrapeso era algo tan leve como una pluma.
Tan
importante era el corazón para conseguir la vida eterna de los egipcios que
durante la momificación nunca se sacaba del cuerpo y hasta se hacían duplicados
en los más variados materiales, con el fin de ponerlos dentro del pecho o entre
las vendas y así garantizar su permanencia eterna junto al difunto
(Lámina XVII).
En
muchos de estos corazones supletorios se escribían textos que evidencian
una firme creencia en el pesaje del corazón y el temor a que las
mentiras dichas en el juicio se descubrieran. Veamos un ejemplo: “Oh, mi
corazón... no seas testigo en mi contra. No me contradigas delante de
los jueces. No actúes en mi contra ante los dioses. No seas mi enemigo
en presencia del Guardián de la Balanza”.
“Guardián
de la Balanza” era uno de los apelativos del dios Anubis, el cual pudo estar
representado por segunda vez en la Tumba de Servilia, pues en el ángulo derecho
del peso quedan unos restos difusos de pintura que recuerdan una mano. |

XVIII
Posible mano trucando la balanza |
Y
seguramente lo sea, porque la barra de la balanza se eleva debido a su empuje,
trucando así el pesaje a favor del corazón de su protegida
(Lámina XVIII). Esta estratagema empleada por el
dios conductor de las almas al Más Allá es muy común en las ilustraciones de
tema funerario y puede enmarcarse dentro de las muchas tretas empleadas por los
egipcios en la difícil tarea de conseguir la eternidad, cuyos mejores exponentes
se recogieron en el “Libro de los Muertos”. Un ejemplo de la ayuda que podía
prestar Anubis al angustiado protagonista de la psicostasia está en la súplica
que le dirige Ani en su papiro funerario:
“Quien está en la tumba dice: Te ruego a ti, que pesas con
Justicia, que guíes la balanza para que se estabilice”.
Está claro
que le pide que frene el platillo de la pluma para que no se note que pesa menos
que el del corazón.
Y
ratificando el contundente simbolismo presente en las pinturas descritas, otros
materiales aparecidos durante el vaciado de la tumba demuestran que el monumento
funerario se proyectó y realizó para acoger el ritual egipcio de la
resurrección.
XIX
Sarcófago, situado equívocamente en el edículo |
El
sarcófago:
En la sala
cupuliforme se encontraron los fragmentos de un fino sarcófago de piedra blanca
que hoy, medio recompuesto, ocupa indebidamente la cámara de la galería
(Lámina XIX).
La
existencia del sarcófago indica que en la tumba se efectuó un
enterramiento de inhumación, quizá único en la necrópolis de Carmona. |
Al no haberse hallado el
cuerpo de Servilia es imposible saber si tras su muerte fue tratado como se
hacía en Egipto y Roma durante la misma época: un concienzudo lavado interno y
externo, el empleo productos conservantes y de grandes cantidades de perfumes.
La
presencia del sarcófago no deja lugar a dudas sobre el intentó de preservar de
la putrefacción y la destrucción total el cadáver por un imperativo fundamental:
según la religión egipcia, todo difunto necesitaba que su cuerpo se conservara
lo mejor posible para ser referente del alma y, a tal fin, no se regateaban
precauciones como son la momificación o el embalsamamiento y el sarcófago, o
ataúd en su defecto.
Consciente
de ello, Servilia no dejó atrás la igualmente faraónica precaución de hacerse
representar en una estatua, con la que pudiera identificarse su alma eterna en
el desgraciado caso de que el cuerpo se desintegrara.
La
estatua de Servilia:
Respondiendo a la estética del siglo I d.C. la estatua de Servilia se encontró
durante el desescombro de la tumba (Lámina XX). Caída, y con la cabeza desaparecida, permaneció durante
casi dos mil años debajo del derrumbe del techo que cubrió la galería hipogea.
Es una bella escultura de mármol blanco, que estuvo sobre un podio independiente
con una dedicatoria inscrita en la que aparece su nombre.
Dado su
carácter sacro las estatuas funerarias debían permanecer ocultas a las miradas
humanas, del mismo modo que se ocultaba el cuerpo. Sin duda, la sombría cámara
de la galería fue diseñada para acoger la estatua de Servilia, aunque no para
exhibirla. |

XX
Estatua atribuida a Servilia |
Del mismo modo que un umbral de mármol negro señala la entrada a la
zona más íntima de la tumba -que comienza en el corredor de las pinturas-, un
peldaño de idénticas características avisa que la
cámara de la galería formaba parte del lugar sacralizado que no se debía
profanar, como un tabernáculo (Lámina XXI).

XXI
Peldaño negro en el edículo |
Ambos
ambientes, marcados por escalones negros, quedaban clausurados por sendos
cierres.
En los dos casos, las antiguas puertas sobre los umbrales de mármol
negro obedecían al mismo requisito religioso de privacidad. Al estar cerradas,
una ocultando la estatua y otra cerrando el paso al corredor y a la cámara de
enterramiento, no había impedimentos para que en la galería y el patio se
llevaran a cabo los ágapes funerarios o las visitas de familiares y amigos. |
El mármol
negro no se empleó aquí con intenciones ornamentales, sino por ser el color
asociado a la Isis romanizada, la cual, a su vez, lo había adquirido del dios
Osiris, cuyos poderes había absorbido. Originalmente la piel de Osiris se
representaba de color verde oscuro o negro, para simbolizar la regeneración de
la vida en todos sus aspectos: vegetal, animal y, especialmente, la compleja
resurrección que los egipcios tenían del ser humano. Los dos colores evocan el
mundo agrario que generó el culto a Osiris: el negro imitando a la fecunda
tierra de Egipto y, el verde, por ser el color de la vegetación que tan
pródigamente proporcionaba.
La
orientación cardinal del área de enterramiento:
Por si todo
lo expuesto no tuviera la suficiente elocuencia, queda por añadir que los
egipcios consideraban el occidente, siempre con relación al Nilo, la orientación
idónea para enterrarse. Las entrañas de las secas montañas del oeste (Cordillera
Líbica) fueron consideradas por ellos el reino del dios Osiris, el primer
vencedor de la muerte que también era conocido por “Señor del Hermoso Occidente”
y “Señor de los Occidentales”, en clara referencia al territorio que, bajo su
dominio, poblaban los renacidos. Y es en la zona oeste donde, bajo la roca, se
halló el sarcófago y se encuentran las pinturas testimoniales de la psicostasia
de Servilia.
Si todo el
conjunto la Tumba de Servilia es de excepcional originalidad dentro del mundo
romano, es en las peculiaridades del hipogeo propiamente dicho, situado en la
zona occidental, donde se evidencia mucho más su peculiaridad. La concepción de
la sala en forma de cúpula, cuyos gruesos nervios forman tres anexos abiertos al
espacio principal, se escapa a cualquier interpretación convincente acorde con
la época de construcción de la tumba. Pero dejando a un lado este detalle
arquitectónico, es esta sala, junto con la camarilla anexa en el fondo y el
corredor que parte de ella hasta llegar a la galería cubierta, el espacio
destinado al descanso eterno de los restos de Servilia. Son tres espacios bien
diferenciados, o seis si se consideran como cámaras las tres salas trapezoidales
subsidiarias de la circular, algo nuevamente insólito para enterrar a una sola
persona, claro está, que siempre desde la óptica de los usos romanos. En cambio,
en la religión egipcia la tumba no se consideraba un pudridero o un depósito de
cenizas familiar. No, el sepulcro era tenido por un bien mucho más importante,
pensado y acondicionado como morada para toda la eternidad. Por tanto, los
hipogeos egipcios clásicos eran lo más espaciosos posible: un patio o templete
al aire libre donde los familiares debían hacer sus ofrendas, con una puerta
trasera que cerraba el arranque de un pozo o rampa de acceso a las salas
subterráneas, al menos dos, por modesta que fuera la tumba. Y la semejanza de
esta distribución de los hipogeos egipcios con la zona de enterramiento de la
Tumba de Servilia, sumado al resto de las evidencias descritas, tiene que ser
mucho más que casual.