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El poema de Gilgamesh, estructura del poema Extracto de libro de Federico Lara Peinado Poema de Gilgamesh, Estudio Preliminar, notas y traducción de Federico Lara Peinado TECNOS 2001
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Sexta tablilla. Tras la muerte de Khumbaba, Gilgamesh repasa sus armas y se viste con sus mejores atavíos reales. La diosa Ishtar queda atraída por la belleza y la prestancia del rey de Uruk, enamorándose y deseándolo como amante. La diosa le enumera las ven-tajas que obtendría Gilgamesh de su unión con ella. Pero el héroe la desdeña y le recuerda el crudo destino que había deparado a sus muchos amantes anteriores.
Ishtar, junto a las hieródulas del templo, se pone a llorar desconsoladamente. Con los cuernos de la bestia, Gilgamesh ordena fabricar vasos oferentes para su dios tutelar, Lugalbanda. Después ambos amigos se retiran a descansar a palacio. Pero Enkidu aquella noche tiene un sueño. Séptima tablilla. Enkidu cuenta a Gilgamesh que, en sueños, los dioses habían decretado la muerte de los dos héroes, pero que el dios Enlil sólo había exigido la muerte suya, pues Gilgamesh era en parte también un ser divino. El terrible castigo estaba motivado por haber matado a Khumbaba y al Toro Celeste, aparte de las ofensas que personalmente le había hecho a Ishtar. No se podía permitir el desprecio a los poderes celestiales y, por tanto, Enkidu debía desaparecer. El héroe enferma y en su delirio comienza a maldecir a la puerta que había colocado en Nippur, a la cual llega a destrozar. A continuación se lamenta de que la causa de su mal hubiese sido su encuentro con un cazador y con una hieródula que lo había seducido y traído a Uruk. No obstante, el dios Shamash, que ha oído las quejas de Enkidu, le reprocha las mismas, indicándole que sólo había recibido beneficios de aquella mujer, gracias a la cual pudo conocer el amor y la amistad de Gilgamesh. Ante las palabras del dios, Enkidu cambia de actitud y sustituye las maldiciones vertidas contra la hieródula por bendiciones. La tablilla finaliza con una descripción de los Infiernos, la morada de lrkalla, casa de la que nadie sale una vez ha entrado en ella, y a la que es conducido -en sueños- por un extraño ser, cuyas uñas son garras de águila y sus manos zarpas de león.
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