¿QUE
SABEMOS DE LOS GERMANOS POR LAS FUENTES CLÁSICAS?
los bárbaros en España
"... Los alanos, vándalos y suevos entran en las
Españas en la era 447, según unos recuerdan el día 4 de las calendas y
según otros el 3 de los idus de octubre, que era la tercera feria, en el
octavo consulado de Honorio y el tercero de Teodosio, hijo de Arcadio
Los bárbaros que habían penetrado en las Españas, las devastan en
luchas sangrientas. Por su parte la peste hace estragos no menos
rápidos.
Los bárbaros se desparraman furiosos
por las Españas, y el azote de la
peste no causa menos estragos, el tiránico exactor roba y el soldado
saquea las riquezas y las vituallas escondidas en las ciudades; reina un
hambre tan espantosa, que obligado por ella, el género humano devora
carne humana, y hasta las madres matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos
para alimentarse con ellos. Las fieras aficionadas a los cadáveres de
los muertos por la espada, por el hambre y por la peste, destrozan hasta
a los hombres más fuertes, y cebándose en sus miembros, se encarnizan
cada vez más para destrucción del género humano. De esta suerte,
exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el hambre, la
peste y las fieras, cúmplanse las predicciones que hizo el Señor por
boca de sus Profetas. |
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Asoladas las provincias de España por el referido encruelecimiento de
las plagas, los bárbaros, resueltos por la misericordia del Señor a
hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las provincias para
establecerse en ellas: los vándalos y los suevos ocupan la Galicia,
situada en la extremidad occidental del mar Océano; los alanos, la
Lusitania y la Cartaginense, y los vándalos, llamados silingos, La
Bética. Los hispanos que sobrevivieron a las plagas en las ciudades y
castillos se someten a la dominación de los bárbaros que se enseñoreaban
de las provincias..."
IDACIO, "Chronicon".
Recogido
por C. SÁNCHEZ ALBORNOZ y A. VIÑAS, "Lecturas de Historia de España",
Madrid, 1929, p. 24.
"... En la era de quatrocientos et cinquaenta et tres
annos, quando andava el regno de Gunderico, rey de los vuandalos, en
dos, e el de Hermerico, rey de los suevos, en ocho, e ell imperio de
Honorio en diziocho, e el Theododio en cinco, regnando Resplendial en
los alanos, entraron los vuandalos et los silingos et los alanos et los
suevos en Espanna.
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E segund cuantan Sant Esidro, arçobispo de Sevilla,
et otros muchos sabios antiguos en sus estorias, cuemo eran los barbaros
gentes muy cruas et much esquivas, començaron a destroyr toda la tierra,
et a matar todos los omnes et las mugieres que y fallaban, et a quemar
las villas et los castiellos et todas las aldeas, et a partir entre si
muy cruamientre los averes que podien aver daquellos que matavan; e a
tan grand cueyta de fambre aduxieron a los moradores de la tierra, que
provavan ya de se comer unos a otros. |
E no abondaba aquesto a la crueza
de los barbaros, et tomavan los canes et las otras bestias bravas que
son duechas de comer los cuerpos muertos, et echavanlas a los vivos, et
fazien ge los matar; e desta guisa era tormentada la mesquina de Espanna,
et destroida de quatro maneras: la una a llagas de bestias fieras, la
otra a fambre, la tercera a pestilencia, que murien los vivos de la
fedor de los muertos; la quarta a fierro, que los matavan los barbaros.
E los vuandalos e los otros que vieron que toda la tierra enfermava por
la mortandad de los naturales, et que ya no se labrava, ni levava pan ni
otros fruytos ningunos, et que esto todo era su danno, ca adolecien bien
cuemo los otros, et no avien que comer, ovieron duelo de si, pues que lo
no avien los de la tierra.
E sobresto allegaron todos los naturales, et
partieron las provincias con ellos desta guisa: que los barbaros que
fuessen sennores, et los otros que labrassen las tierras et que diesen
sus pechos a los reyes. E desque esto fue assi avenido, partieron ellos
entressi los sennorios de las provincias. E tomaron los alanos porassi
la provincia de Luzena, que es ell Algarve, et la de Carthagena. E los
vuandalos que eran llamados silingos, tomaron la provincia Betica, que
es toda la ribera de Guadalquevir, ca Betis llamavan entonce a aquel rio,
et dende ovo nombre Baeça; e daquella sazon adelante fue aquella
provincia Betica llamada del nombre de aquellos vuandalos, que la
ovieron por suerte, Vuandalia en latin, que quiere tanto dezir cuemo
Andaluzia en el lenguage castellano; e aun agora a un rio en aquella
tierra que es llamado Silingo en latin del nombre de aquellos vuandalos:
en arabigo Gudaxenil, que quiere dezir tanto cuemo el agua de los
silingos. |
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E los otros vuandalos ovieron tierra de Galizia. E los suevos
las marismas et la ribera del grand mar de occidente, et ovieron la una
partida de Celtiberia, que es la provincia de la ribera del Ebro que va
por las montannas fasta en la grand mar, e la otra partida de Celtiberia
finco tan solamientre en poder de los romanos, et manteniela Constancio,
patricio de qui a de suso fablado la estoria ..." Y el arzobispo don
Rodrigo se los atribuye en las hostilidades que, luego por julio dice Idacio, ejecutó Recciario, de vuelta de su suegro, robando las comarcas
de Zaragoza y cogiendo por interpresa a Lérida y haciendo no pequeño
número de cautivos. De lo cual se ve que los vascones y demás provincias
de la Tarraconesa se mantenían por el Imperio Romano, como también la
Cartaginesa, que Rechila, padre de Recciario, había restituido a los
romanos por asegurar la paz con ellos.
"Primera Crónica General de
España", Ed. R. MENÉNDEZ PIDAL, Madrid, 1977, p. 209-210.
Enfrentamientos de suevos
y godos con los vascones
"... El primero que hallamos escrito haber hecho
guerra a los vascones, despues de la entrada de las naciones, fue
Recciario, rey de los suevos, hijo de Rechila y nieto de Hermenerico.
Entró en el reino muy poderoso, el año de Cristo de 448, porque su
abuelo y su padre, con la retirada de los godos a Francia y haberse
pasado los vándalos a Africa, facilmente sojuzgaron a los alanos y
silingos. Y aumentado mucho el poder -habían desbaratado a algunos
capitanes del Imperio que vinieron a la recuperación de España, y los
suevos se la tenían ganada casi toda- emprendió Recciario conquistarla
del todo. Y por asegurarse de los godos, de quienes por la vecindad,
mucho poder y ejemplos recientes podía temerse fuera estorbo a sus
designios, solicitó y efectuó matrimonio con la hija de Teodoredo, rey
de los godos que había sucedido a Valia.
Y celebradas las bodas,
siguiendo su designio y para darse a conocer, al principio de su
reinado, invadió con ejército a los vascones por el mes de febrero,
según individúa Idacio. Pero es tanta la brevedad de este escritor, que
sólo dice corrió con robos Recciario las Vasconias. Vasconias dice en
número plural, lo cual da a entender que los vascones, viendo que las
naciones extranjeras lo iban ocupando todo, ya habían hecho salida y
extendiéndose por Alava y la Bureba introduciendo su nombre, lo cual se
halla después con más claridad, y no se sabía el principio. Y es de
creer, se valió Recciario de socorros de los godos, dados del rey
Teodoredo, su suegro, mal avenido con los romanos.
Y el arzobispo don
Rodrigo se los atribuye en las hostilidades que, luego por julio dice Idacio, ejecutó Recciario, de vuelta de su suegro, robando las comarcas
de Zaragoza y cogiendo por interpresa a Lérida y haciendo no pequeño
número de cautivos. De lo cual se ve que los vascones y demás provincias
de la Tarraconesa se mantenían por el Imperio Romano, como también la
Cartaginesa, que Rechila, padre de Recciario, había restituido a los
romanos por asegurar la paz con ellos. |
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El hijo (Recciario), fiado de las
alianzas y poder de los godos, pretendía excluirlos de toda España.
Parece que, la guerra con los vascones, paró en robos y correrías, y que
se le resistieron las plazas fuertes, pues ninguna señala cogida como
Lérida. Y que se mantenían por el Imperio Romano pues, a ser de los
godos, no era creíble la hostilidad en odio de los que pretendía
obligar..."
J. de MORET, "Anales del reino
de Navarra", edición anotada e índices S. Herreros Lopetegui. Edita
Gobierno de Navarra, Institución Príncipe de Viana, 1988, Tomo I, cap.
II, pp. 100-101.
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