SARA Y EL VIENTO CANTARÍN 

María Begoña del Casal

 

Ruth apareció deslumbrante.

No era una chica precisamente guapa, pero con aquel vestido bordado, el tocado de tela roja coronando su cabeza, las joyas relucientes, maquillada y perfumada, con el negro pelo recién lavado flotando en grandes ondas alrededor de su cara y cayéndole por la espalda en cascada, parecía una reina.

Sara se acercó a ella y le dijo lo preciosa que le parecía.

Ruth le acarició la cara y la emoción le llenó los ojos de lágrimas. Entre unas cosas y otras, llegaba la hora de la comida y, con ella, el comienzo del gran festejo.

 

.Novia judía luciendo sus mejores galas.

 

 El título de este cuadro, pintado al óleo sobre tela, es Boda judía. Su autor, Eugène Delacroix, lo hizo entre 1837 y 1838.

Como en las celebraciones judías todo seguía unas normas y nada se improvisaba, las niñas volvieron a colocarse en la misma posición de cortejo nupcial, por delante de Ruth, que se había vuelto a poner el velo por encima de la cara, como mandaba la costumbre. Inmediatamente la condujeron hasta la sala donde ya estaban todos los invitados.

 La entrada produjo un revuelo de admiración que terminó en aplausos y vítores. Marcos, el padre del novio, se levantó de su asiento y tomó de la mano a Ruth para conducirla hasta la presidencia. Antes de que ella se sentara en el lugar de honor, debajo del palio, la presentó con orgullo a toda la concurrencia. Las niñas tenía reservado, para ellas solas, un sitio muy cercano al de la novia. Todos se sentaban en cojines y había flores por todas partes.

 Sara pensaba comer de aquel cordero asado que olía tan rico, pero no.

En la comida sirvieron verduras cocinadas de muchas formas y grandes pasteles rellenos con carne de paloma y mucho vino. Antes de llegar a los postres, un criado se acercó a Marcos y le habló en voz baja.

El hombre se levantó y salió del salón.

Al momento volvió acompañado por una señora y varios hombres. Sara enseguida se dio cuenta de que uno de ellos era especial: alto, con una melena castaña y barba corta y, aunque sonreía con dulzura, la niña sintió que su mirada se le metía dentro del corazón llenándolo de tranquilidad. A Sara le pareció que le conocía de toda la vida, como si fuera su propio padre.

El autor de esta representación de Las bodas de Caná cometió un grave error al poner entre los manjares un cochinillo asado, ya que la religión judía prohibe comer carne de cerdo.

 Marcos presentó a los nuevos invitados como sus familiares de Nazaret y las niñas buscaron entre ellos al jovencito “impresionante” que estaba esperando, pero no encontraron a ninguno, porque todos representaban alrededor de los treinta años.

En este cuadro, el artista olvidó incluir a María,

la madre de Jesús, aunque ésta tuviera un papel importantísimo en el primer milagro de su Hijo

La Boda de Caná, pintada por Giotto

entre los años 1303-1305.

 

Sin embargo, Sara le había descubierto nada más entrar: era el hombre risueño de los ojos penetrantes, al que no pudo dejar de mirar hasta que terminó la comida. Seguidamente, Ruth y Daniel se retiraron a descansar, mientras los invitados seguían la fiesta.

Se servía vino sin parar y, aunque a las niñas se lo daban mezclado con agua, a Sara le pareció muy rico. Unos hombres se levantaron para bailar y todos se reían mucho cuando, inesperadamente, Séfora le hizo a Sara un comentario que la dejó confusa:

- Mucho miras tú al carpintero de Nazaret, ¿no será que te gusta para marido? ¡Pero si es muy viejo para ti! –y se echó a reír.

- ¡Calla! No digas esas cosas. ¡Yo no quiero casarme con nadie, todavía soy una niña! Lo que pasa es que Él es diferente a todos hombres que conozco. ¿Es que no le has mirado a los ojos?

- Oye, tienes razón –reconoció Séfora, después de observarle atentamente.

En aquel momento, la señora que había llegado con Él le hablaba al oído.

El hombre negó con la cabeza, mientras le contestaba unas palabras que las niñas no pudieron escuchar.

 La señora insistió y, Él, se encogió de hombros a la vez que asentía con la cabeza y le dedicaba una hermosa sonrisa antes de levantarse y salir del salón.

-¿Quién es ella, Séfora? –preguntó Sara.

-Su madre.

La solicitud de María quedó muy bien recogida en esta obra pictórica, aunque el vino esté en ánforas y no en pilas, como dice San Juan

 -Pero si parecen de la misma edad –comentó Sara con extrañeza.

-¡Claro! Ella lo tuvo a los doce o catorce años.

-¡Ah! Tienes razón.

 La pareja de novios volvió a la sala y los invitados batieron palmas, les dedicaron preciosas palabras de salutación y les tiraron a los pies piñones, almendras, pistachos, otros frutos secos y granos de cebada y trigo. Desde que saliera de su casa, Ruth, aparecía delante de todos con la cara descubierta por primera vez. Ella y su marido resplandecían de felicidad, y cuando volvieron a sentarse, las madres de ambos abrieron un frasco de perfume y lo vaciaron sobre los pies de la pareja, coreadas por un jolgorio general.

Los criados volvieron a traer vino, pero no repartieron hasta que no lo hubo probado el padre de Daniel. Bebió un trago, asintió con un gesto, terminando la copa de un trago. Luego lo probó el padre de Ruth y lanzó una exclamación de agrado antes de preguntar a su consuegro: 

-¿Por qué has reservado el mejor vino para el final, cuando casi todos los invitados están medio borrachos y no podrán distinguir su calidad?

-No lo comentes por ahí porque me desprestigiaría, pero es que había calculado mal y el vino se estaba agotando. Éste que bebes, antes era agua, pero al enterarse Jesús, el carpintero de Nazaret, para evitar mi vergüenza delante de los invitados, ha metido sus manos en las tinajas de agua y, al sacarlas, el agua se ha transformado en el vino que has bebido.  No me preguntes cómo lo ha conseguido, porque ni yo mismo acabo de creérmelo. Diría que es un milagro... (pincha aquí). 

Se incluye esta versión medieval porque es una de las pocas imágenes donde se incluyen pilas de piedra para la realización del milagro,

 siguiendo la explicación del Evangelio.  

Después bebieron los novios y, seguidamente, el vino se repartió entre todos. Dada su calidad, Ruth pidió que a las niñas se lo dieran puro, pero poquito, eso sí. A pesar de ser escaso, el vino hizo su efecto en Sara.

-Séfora, estoy un poco mareada. ¿Puedes acompañarme a tomar el aire fresco en el patio?

-Si ahora van a traer el cordero asado... Bueno, salimos un ratito sólo.

 En el exterior se respiraba muy bien. Pasearon un momento agarradas de la mano, porque Sara se tambaleaba, pero Séfora sentía mucha curiosidad por ver si ya habían servido el aromático cordero y se apartó de Sara para encaramarse a una ventana y atisbar en el interior de la casa. Para no caer al suelo, Sara se apoyaba en una pared cuando sintió en la cara un agradable golpe de viento, a la vez que una música conocida tapaba todos los ruidos procedentes de la sala de celebración.

 -Ya nos vamos a tu casa, Sara. Espero que lo hayas pasado muy bien –dijo la canción del Viento.

- Sí, Viento Cantarín. Ha sido todo precioso. Muchas Gracias –murmuró la niña, adormilada.

- ¡Qué bien! Ya me llamas como mis amigos –exclamó el Viento, encantado, y la rodeó con su mágica fuerza para llevarla volando hasta su casa.

-¡¡Sara!! ¿Estás ahí? –preguntó Emi, mientras cerraba la puerta-. Entre el ventarrón y las primeras gotas que están cayendo: ¡vaya tardecita de perros! Menos mal que la farmacia está a la vuelta y no he tardado casi nada...

 Y en aquel momento, Sara dudó de si su aventura en la boda judía había sido real o un simple sueño, pero la mesa de estudio la tenía llena de pétalos de rosa, la boca le sabía a vino, tenía hipo y en su corazón seguían clavados los ojos del Carpintero de Nazaret, que miraban como, ni antes ni después de Él, había mirado ningún hombre.

Durante los pocos días que le faltaban para recibir su Primera Comunión, Sara deseaba algo más profundo que los regalos y el precioso traje blanco que iba a vestir. La niña estaba impaciente por que llegara el día de volver a sentirse cerca de Jesús de Nazaret, de tenerle en su pecho, pues sabía que Él estaba presente en todos los banquetes eucarísticos.

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E.- El primer milagro que realizó Jesús tuvo lugar en Caná, con motivo de la boda de un familiar. Y fue allí donde convirtió el agua en vino, como relata el Evangelio según San Juan.

 

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