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EL ENCUENTRO.
- ¡Ya llegamos, Roque! ¡Mira hacia abajo, y dime que ves! -cantó El Viento. Roque, que es un niño muy obediente, atendiendo el ruego de El Viento Cantarín, no había dicho ni una sola palabra durante todo el viaje, pero en aquel momento exclamó jubiloso: - ¡¡Son las pirámides!! ¡Viento, veo las pirámides de Egipto!
- Ja, ja, ja -rió el viento-. Si amigo mío, lo son. Muy cerca te espera el niño solitario.
Por cada giro que daba El Viento Cantarín, él estaba más cerca del suelo. No volaba, iba flotando cada vez más bajo, hasta que sus pies se posaron con mucha suavidad en el suelo del enorme jardín de una casa grandiosa, con toda la fachada pintada de alegres colores.
Roque permaneció de pie sin saber que hacer. En aquel inmenso jardín parecía no haber nadie.
- Viento... -susurró Roque en espera de una respuesta que no llegó.
-¡Viento! ¿Estás sordo? -volvió a decir Roque.
Pero El Viento Cantarín ya no estaba con él. Mi amigo sintió como el sol calentaba su piel y buscó la sombra de un grupo de árboles alineados en el centro del jardín. Al resguardarse bajo sus ramas, vio que los árboles rodeaban un precioso estanque en el que crecían lotos florecidos y papiros muy altos. Se acercó al agua. Por entre las hojas del loto, extendidas en la superficie del agua, percibió un movimiento rápido y se agachó hasta casi meter la nariz en las quietas aguas para ver mejor en su húmedo interior. El delicado movimiento de los peces entre los tallos de las plantas llamó su atención y hasta le despertó el deseo de zambullirse y nadar con ellos, cuando una voz infantil cortó sus pensamientos.
- ¿Qué haces? -le pregunto un extraño niño recién llegado.
Roque, sorprendido, no contestó; se limitó a observar al otro chico, muy moreno, vestido con una faldilla blanca y peinado con una melenita lisa y cuadrada, completamente negra, sujeta en la frente por una diadema. El extraño atuendo del muchacho, tenía perplejo a Roque: parecía una de las niñas de su clase... Si embargo, no había duda de que era un chaval. Ante su mutismo, el niño recién llegado sonrió y volvió a tomar la palabra.
- Tú debes ser el amigo que ha traído El Viento Cantarín. ¿Lo eres?. - Si. Él me ha dicho que le mandaba la estrella... No recuerdo su nombre -dijo Roque con timidez.
- ¡Ya! Esa estrella se llama Sirio y es la de la Gran Magia. Yo le pedí que me trajera un amigo. Como no tengo con quien jugar, a veces me pongo triste... -hizo una pausa y suspiró-. Tú, ¿tienes amigos? -preguntó muy interesado. - Sí, Juan y Pablo; también Jesús que es mi compañero de clase, y además, mi novia, Marina. - ¡Qué suerte!. Yo, ni siquiera no tengo compañeros de escuela. Tengo una novia, eso sí, pero es muy mayor -se lamentó el niño egipcio-. Se llama Ankhesenamón y debe tener, por lo menos, catorce años. Bueno, yo tengo ocho y me llamo Tutanjamón, si quieres puedes llamarme Tut. ¿Cuál es tu nombre? - Roque, tengo cinco años y puedes llamarme... -dudó tratando de encontrar un diminutivo amistoso de su nombre y al no encontrarlo se resignó a decir-... Roque, eso, Roque.
Y se sonrieron abiertamente, mirándose a los ojos. Roque, que tiene la piel blanca y el cabello ondulado con reflejos dorados y cobrizos, se acercó a Tut y extendiendo su brazo comparó el color de su piel con el de la de su nuevo amigo.
- ¡Qué moreno estás, Tut!. -dijo Roque y pensó- ¡Ah!, es gitano. - ¿Moreno? Mi piel es normal. ¡La tuya si que es blanca! ¡Tanto cómo la leche!. ¡Ja, ja, ja! -rió Tut. - ¡Que va! Si llevo dos semanas en la playa y ya se me ha pegado el sol. ¡En invierno si que soy blanco! -también rió Roque- Llevas una ropa muy rara, Tut... - No te entiendo. Visto un faldellín normal. En Egipto lo usamos todos los niños y los hombres. Es de tejido finísimo de lino, y no da nada de calor. Lo que llevas tú si es raro. ¿Cómo se llama?. - Bañador. No sé de qué está hecho, pero se seca según salgo del agua -explicó Roque. - ¿Dónde te bañas, Roque?. - Yo me baño en el mar y en la piscina. - Nunca he visto el mar... Nosotros lo lamamos La Gran Verde. Dicen que es mayor que el río Nilo, pero yo no me lo creo. ¿Conoces el Nilo? - No, no lo he visto nunca -dijo Roque. - ¿Y el desierto? -preguntó Tut. - Tampoco -contestó mi amiguito, encogiendo los hombros. - ¡Ven! ¡Corre! -dijo el egipcio cogiéndole de la mano y corriendo con él hacia una rampa que llevaba a la terraza del gran edificio, pintado de muchos colores.
Cuando estuvieron arriba, dijo Tut:
- Ahora estamos encima del palacio del Señor de Las Dos Tierras, que es como llaman al rey en Egipto. De frente tienes el río Nilo -señaló con un dedo, lleno de sortijas, hacia un paisaje amarillento por cuyo centro corría un enorme río, tan azul como el cielo-. Cuando la estrella Sirio, la de la Gran Magia, aparece al amanecer brillando más que ninguna otra en el cielo, este río empieza a traer cada día más y más agua, tanta, que toda esta tierra de cultivos desaparece bajo ella y queda sumergida durante los tres meses de verano. Ahora, cómo ya está creciendo, los campesinos se dedican a hacer grandes edificios cómo las pirámides, los obeliscos, los templos y los palacios. Luego, el agua empezará a bajar y cuando vuelva a estar como antes, los campesinos sembrarán en la tierra mojada trigo, lino, lentejas, pepinos, lechugas y más cosas... -Tut, hizo una pausa para sonreír a Roque, que le escuchaba embelesado-. No creas que nosotros sólo pensamos en trabajar, las fiestas nos gustan mucho y en la temporada de la inundación las tenemos muy bonitas. Hay procesiones preciosas por el agua, en las que los barcos de madera y oro, llenos de flores, navegan paseando a nuestros dioses, mientras la gente canta y toca tambores, flautas, castañuelas y arpas -terminó de explicar Tut. - ¡Qué bonito! En Galicia también se hace una procesión de esas el día de la Virgen del Carmen, pero es en el puerto, no en un río. - ¿La Virgen del Carmen es uno de vuestros dioses? -preguntó Tut. - No. Es la madre de Dios.
Tutanjamón se quedó mirándole sin comprender muy bien la aclaración.
- Oye Tut, ¿podemos bañarnos en el Río? -preguntó Roque, que seguía teniendo calor. - ¡No! En él, además de peces y barcos, hay muchos peligros: los enormes hipopótamos y muchos cocodrilos hambrientos. El Río es solamente para navegar y pescar en sus aguas -y giró en redondo para mostrar a Roque el lado opuesto del paisaje.
- ¡Mira el desierto! En él, viven animales salvajes como el león, la hiena, el chacal, pero también preciosas criaturas como la gacela. - ¡Qué bonito, Tut!. Me encanta tu país -dijo Roque. - ¡Muy bien! ¿Qué te gustaría ver ahora?. - No sé... -dudó Roque- ¿Las pirámides?...
Tutanjamón cerró los ojos, cruzó los dedos de las manos y movió los labios sin que Roque oyera ninguna palabra, pero sin duda, Tut hablaba con alguien. No se atrevió a interrumpirle y esperó. Al fin, Tut le miró risueño, mientras El Viento Cantarín les envolvía con sus deliciosas melodías. Se agarraron de la mano y según sus pies se separaban del suelo, el Viento cantaba:
- A ver las pirámides van dos amigos, uno es el Señor de Egipto y el otro, su amigo, y bien recibido!
El Viento los depositó sobre el suelo del desierto, frente a la Gran Pirámide. - ¡¡Que grande, Tut!! -exclamó Roque-. ¡Es una verdadera montaña!... - Si, es una maravilla. ¿Quieres que te cuente su historia?. - ¡Vale!. -Yo, antes de venir a Egipto, sabía qué teníais estas pirámides, pero no qué hubiera más aquí. - ¡Sólo hay pirámides en Egipto! -protestó Tut, muy serio.
- No. Yo he visto fotos de otras que hicieron los indios en América -contestó Roque, seguro de lo que decía. Tut, le miró fijamente, antes de decir con orgullo.
- Ni se lo qué es América, ni fotos, ni indios... Además, tampoco me importa. - ¡Bueno, pero las hay! -insistió Roque un poco molesto.
Se miraron con mala cara. El Viento les revolvía el pelo e inflaba el bañador de Roque hasta dejarlo como globo. De pronto Tut reparó en el aspecto cómico de Roque, con el bañador a punto de reventar y las piernecitas blancas apareciendo por debajo. La carcajada del niño egipcio fue inmediata. Roque, que veía el faldellín de Tut zarandeado y a punto soltarse y dejarle en cueros vivos, coreó la risa y olvidaron el incidente.
- ¿Hicieron las pirámides amontonando las piedras? -preguntó Roque. - Parece, pero no. Por dentro tienen unos cuartos para que el rey viva eternamente, junto con los tesoros que fue guardando durante toda su vida. - ¡Qué aburrido estará el rey ahí dentro! -dijo mi amiguito. - ¡No, hombre!. Cuando le trajeron aquí, él estaba muerto, envuelto en muchos metros de vendas y cubierto de perfumes y flores... ¡Vamos!, que estaba embalsamado. - ¿Embalsamado? -preguntó Roque-. ¡Ah!, quieres decir que era una momia...
Echaron a andar y bajaron un terraplén hasta quedar ambos frente a la Esfinge.
-Este león con cabeza de persona, es un retrato del rey Kefrén. Cada día saluda la salida del sol y guarda las pirámides. ¿Te gusta? -preguntó Tut con cierto orgullo. - Sí, mucho. Pero este cementerio me asusta un poco. ¡Llévame a otro sitio! -propuso Roque.
Tut volvió a cruzar los dedos y a mover los labios sin pronunciar palabras.
- Espera Tut, ¿qué haces para llamar a El Viento Cantarín?. Tut sonrió a Roque y le contestó: - Le pido a Sirio que me lo mande. Es fácil. Como ella es la estrella de la Magia y los prodigios, me lo concede. - ¿Puedo hacerlo yo? -preguntó Roque ilusionado. - ¡Prueba! Cruzas los dedos, cierras los ojos y le pides lo que quieras en silencio; porque si lo haces en voz alta, las palabras se pierden en el desierto y Sirio no las oye.
Roque obedeció a su amigo egipcio, pero El Viento Cantarín no acudió a su llamada.
- ¡A mí Sirio no me escucha! -protestó Roque enfadado.
Tut se quedó pensativo un momento, y después de un ratito, le contestó:
- Puede que sólo escuche a los egipcios. Tendrás que buscar tu propia estrella. Oye, ¿tú eres rey? - Yo no -dijo extrañado. - ¡Ah!, será por eso... -respondió Tut, y cruzando los dedos, se encargó personalmente de hacer la petición.
Llegó El Viento Cantarín y, en un momento, los llevó de vuelta al jardín en el que se conocieron.
- ¿Tienes juguetes, Tut? - Si, tengo peonzas, tabas, boomerangs, arcos, flechas y varios juegos de senet. - ¿Qué es senet? - Pues... Es un tablero con casillas y fichas. Tiras unos palillos y según como caen, avanzas con las fichas por las casillas del tablero -explicó Tut. - ¡¡Ah!!. Como el juego de la Oca. Yo no sé jugar, pero he visto como lo hacen y es muy divertido.
Roque recordó que desde su llegada no había visto a ninguna persona, a excepción de su nuevo amigo.
- Oye Tut, ¿tú vives solo en Egipto? -le preguntó. - ¡Ja, ja, ja! -rió Tut- No. Lo que ocurre es que desde que te trajo El Viento Cantarín, todas las personas que me rodean duermen. Es parte de la magia. ¡Vamos, te los enseñaré!
Le cogió de la mano y, juntos, se acercaron al gran edificio que Roque vio al llegar, y del que ya conocía la terraza. Efectivamente, unos militares que guardaban la entrada del palacio, dormían profundamente apoyados en sus largas lanzas. Al pasar al interior, vieron a un grupo de hombres que, recostados los unos en los otros y con un aspecto muy serio, roncaban en distintos tonos como si se tratara un coro desafinado. Los chiquillos se pararon a mirarlos.
- Mira a éste que se le cae la baba; pues es, ni más ni menos que el ministro de Agricul... ja, ja, tu... ja, ja, ra. ¡Ja, ja, ja, ja! Los niños no podían contener la risa que les daba al ver a aquellos señores tan importantes, con los ojos cerrados y la boca abierta, balanceándose hacia los lados, a punto de caer al suelo. - Tut, si se caen se harán daño... -comentó Roque algo preocupado. - No les pasará nada malo. Sirio se encarga de cuidarles; además, cada uno de ellos está soñando con la cosa que más le gusta. Este gordo sueña con comer muchos pasteles -dijo Tut, apretándole con un dedo en el estómago-. Es el ministro de Hacienda. Este es un general aburridísimo, que sólo sueña con desfiles. Ese otro, el canijo, sueña que es el hombre más apuesto de Egipto... ¿Cómo sabes tú todo eso? ¿Acaso ves sus sueños? -preguntó Roque impresionado. - No. Es que yo le pedí a Sirio que les hiciera felices en esta inesperada siesta y como los conozco bien, me lo imagino -contestó Tut entre risas.
Desde aquella sala, los dos amigos fueron a las cocinas. También dormían todos: los cocineros, mujeres y hombres, incluso los patos que estaban en jaulas de palitos de caña, esperando ser cocinados.
- Tut, ¿con qué sueñan los patos? -preguntó muy intrigado Roque. -No tengo ni idea.
Volvieron a reír. Se acercaron a un par de fogoneros que, sentados en el suelo, habían dejado apagar el fuego de la cocina por culpa del sueño.
- Roque, ¿les pintamos bigotes con este trozo de carbón? -propuso Tut. - ¡¡Vale!!.
A Roque, el delicioso aroma de pan caliente que había en la cocina le recordó las comidas tan ricas que le hacía su madre y, aunque estaba muy a gusto con su nuevo y divertido amigo, no pudo aguantar las ganas de volver a ver a sus padres.
- Tut, voy a tener que marcharme con mis padres -dijo muy bajito- pensarán que me he perdido y estarán tristes... - Los quieres mucho, ¿vedad? -preguntó Tut con cierta tristeza. - Si, mucho, mucho -contestó Roque. - Y... ¿A mí? -volvió a preguntar Tut. - ¡También! ¡Tú eres mi mejor amigo! -contestó Roque. - ¿Quieres que te enseñe un poquito más de mi casa y luego llamo a El Viento? -propuso Tut, que quería alargar un poco más la visita. - ¡Vale! Pero no nos entretenemos mucho. ¿Eh?
Los dos corrían por las preciosas estancias del palacio sin detenerse en ninguna, hasta que llegaron a la más grande, en cuyo fondo relucían dos tronos de oro.
- ¡Qué bonitos! -se admiró Roque-. ¿A quién pertenecen estos sillones? - Si te gustan, puedes sentarte en éste -ofreció Tutanjamón.
Roque se sentó, cerró los ojos mientras sonreía y luego dijo:
- Ha sido maravilloso conocerte, Tut. Me gustaría volverte a ver. ¿Querrás venir a España? - No puedo faltar mucho tiempo de Egipto. Algún día iré, pero antes puedes volver cuando quieras. - No, El Viento Cantarín no me escucha -se lamentó Roque. - ¿Te gustaría volver esta noche, cuando todos duerman un sueño natural? Podemos pasar una buena aventura yendo a un sitio que tengo ganas de conocer... -¿Enviarás a El Viento para recogerme? - Sí. - Lo esperaré despierto.
Antes de que llegara El Viento Cantarín, los dos amigos se abrazaron.
- Hasta luego -dijo Roque ilusionado. - Buen viaje -le deseó Tut, mientras el conocido vientecillo rodeaba a Roque con su melodía, levantándole del suelo. Los dos amigos agitaron sus manos como despedida.
Desde las nubes, Roque vio como el palacio, las pirámides, el Nilo y el desierto quedaban atrás, lejos, más lejos en cada vuelta que daba a impulsos de El Viento Cantarín.
- ¡¡Roque, Roque!! -oyó decir a su madre- ¡Despierta, hijo! ¡Que sueño más pesado tienes!...
Mi amiguito abrió los ojos y lo primero que vio fue su toalla de baño y la colección de conchas marinas. Estaba de nuevo en la playa de Galicia y su madre, junto a él, tratando de despertarle.
- Espabila cariño, que nos vamos a comer -dijo Isabel, mientras José Luis, su padre, recogía las bolsas con todos los trastos que a diario llevaban a la playa.
- Mamá, ¿tú conoces a Tutanjamón?. - ¡¿Qué?! - Que si conoces a Tutanjamón... -repitió el niño. - Cuéntame cosas de él, mamá -insistió Roque.
José Luis, miró muy serio a su hijo y dijo a Isabel
- A este niño, le ha dado demasiado el sol en la cabeza.
-Bueno -dijo Roque encogiendo los hombros-, ya me lo contará él.
DIME, ROQUE:
¿Cómo se llama el río que atraviesa Egipto?. ¿Cuál es la estrella que aparece en el cielo de Egipto cuando el río empieza su crecida?. ¿Recuerdas el nombre de algunos de los animales que viven en el desierto?. ¿Para qué se hicieron las pirámides?. ¿Tenían juguetes los niños del Antiguo Egipto?. ¿Cuantos años hace que vivió Tutanjamón?. De María Begoña del Casal Aretxabaleta para su amigo Roque.
Madrid, 15-3-1994. |