![]()
|
|
Érase una vez...
En un pueblo de Galicia donde veraneaba un amiguito mío llamado Roque. Él era un niño que acostumbraba a pasear por la orilla del mar en busca de caracolas y conchas de las que brillan bajo la luz del sol con destellos de mil colores. Uno de aquellos días, el hallazgo de pequeños tesoros marinos fue muy abundante y Roque llegó hasta su toalla de baño, extendida sobre la arena, con las manos llenas de conchas nacaradas. Las colocó cuidadosamente, se sentó y empezó a clasificarlas por colores, pero no le gustó el resultado y decidió ordenarlas por tamaños. Se tumbó en la suave toalla boca abajo y con la mano derecha fue seleccionándolas muy despacito. Primero la fila de las más pequeñas y luego se dedicó a las medianas, bostezó un par de veces y siguió con su tarea, cada vez más despacio. Un vientecillo suave le espabiló el sueño y a la vez, le pareció oír una voz canturreando. Miró a su alrededor y, a excepción de sus padres, que charlaban en voz baja, en las cercanías no había nadie más. Los ojos se le volvieron a cerrar.
- ¡Roque, Roque! -mi amigo volvió a oír la cancioncilla que repetía su nombre, mientras el viento cálido soplaba más fuerte. - Chist. No hables, sólo escucha -esta vez, oyó la tonadilla con toda claridad-. Yo soy El Viento Cantarín y te traigo un recado de la estrella Sirio: ¿ A ti te gustaría ser amigo de un niño que se siente muy solo entre personas mayores y, además, no tiene papá ni mamá? Roque movió la cabeza de arriba a abajo, asintiendo sin decir una sola palabra, tal y como le indicara El Viento Cantarín. - ¡Bien! Pues para ello, tendremos que viajar muy lejos. ¿Sigues queriendo conocer a ese niño? -volvió a preguntar El Viento, sin dejar de cantar. Mi amigo Roque movió de nuevo la cabeza aceptando, y sus rizos se mecieron con brillos cobrizos. - ¡¡Vámonos!! -tarareó El Viento Cantarín, y envolviendo al niño en un remolino de aire y arena, lo elevó por encima de la playa, del mar, de todas las tierras y todas las cosas.
|