|
|
LA EVOLUCIÓN DEL CARRO LIGERO DE COMBATE A TRAVÉS DE LAS IMÁGENES.
María Begoña del Casal Aretxabaleta.
EL APOGEO DEL CARRO LIGERO DE COMBATE Y SUS ÚLTIMAS MODIFICACIONES. A partir de 1.600 a.C., y a modo de originalidad, cabe comentar que no está descartada la posibilidad de que los carros de Ugarit tuvieran un tiro de tres caballos[1], lo cual sería un aporte muy peculiar, ya que no se conocen paralelos, aunque seguramente fue poco eficaz.
También ellos tuvieron a su disposición las armas de bronce y los vehículos rodados que marcaban la modernidad de la época[4]; en contra de un ejército egipcio que seguía armado con cobre y regido por el viejo sistema de la infantería. La primera vez que los egipcios poseyeron carros ligeros de combate fue al arrebatárselos a los hicsos como botín de guerra, lo cual no impidió que muy poco después Egipto llegara a disponer de tan importante cuerpo de carros como para hacerse respetar por sus enemigos del norte. En la imagen se aprecia la simplicidad de líneas del elegante carro de Yuia (Fig. 12), que fue Jefe de carros del ejército egipcio y, a su vez, suegro de Amen-Hotep III, notable faraón de la dinastía XVIII. LA DECADENCIA DEL CARRO LIGERO COMO ELEMENTO CLAVE EN LA BATALLA. Acaecidos poco antes del año 1.000 a.C. se detectan nuevos movimientos arios desde la región caucásica hacia el este y el oeste. En su expansión por oriente llegaron hasta Mongolia dejando allí, en Cherchen, sus espléndidos testimonios funerarios con materiales textiles comunes con los que todavía hoy se mantienen vigentes en las áreas europeas de población predominantemente celta; y hay más aún: la unión genética entre ambas poblaciones está ratificada por recientes estudios del ADN mitocondrial. Ellos o las hordas que desplazaron a su paso sembraron el terror en las costas mediterráneas, y hasta el poderoso Egipto se tambaleó por la presión a la que le sometieron los denominados Pueblos del Mar.
La impronta de un sello cilíndrico aqueménida (Fig.20), con motivo de caza, nos ilustra sobre el tipo de carro que se usaba en Persia en tiempos de Darío I (522-486 a.C), con sus ruedas de ocho radios, incluso en otros casos con nueve, como se aprecia en el magnífico modelo de carro iranio, fundido en oro entre los siglos V y IV a.C. que, además, recoge la antigua tradición de rueda claveteada de Tell Agrab (Fig.21). Y fue el mundo clásico el último que usó los espectaculares y lujosos carros triunfales para cultivar exclusivamente el ego del mandatario de turno. Grecia introdujo la cuádriga en las carreras de competición. Roma, pese a tener prohibida la entrada del ejército en la ciudad, recibió a sus generales y emperadores victoriosos subidos en sus espectaculares carros de parada militar. Y cómo no evocar aquí el ansia fallida de Augusto por recorrer las vías romanas con Cleopatra VII, la última reina de Egipto, humillada y caminando detrás de su carro de triunfo o la legendaria estampa de la altiva Zenobia de Palmira, entrando en Roma sujeta con cadenas de oro al carro de Aureliano... Lejos de estos fastos, las modificaciones romanas del carro ligero, ya no de combate, se hicieron para las carreras circenses. A la caja se le restó el parapeto y quedó convertida en una simple plancha en rampa, con caída trasera, sobre la que el auriga se arrodillaba para poco menos que volar tras el par de caballos uncidos al timón y corriendo al galope. Como caso excepcional de actividad bélica sobre carros hay que incluir que, entre los siglos V y IV a. C., los celtas se hacían enterrar frecuentemente junto a sus carros de combate de un solo eje, con protecciones laterales y sin parapeto delantero, y ruedas de ocho radios. Éste es el modelo que pudo ver actuar César en su contra durante las Guerras Gálicas (siglo I a. C.), poco antes de la completa desaparición del ingenioso vehículo creado por el hombre para destruir a sus semejantes además de potenciar su narcisismo, 2.550 años atrás. -------------------------- [1] VITA, J.P. (1995): El ejército de Ugarit. Madrid, p. 73. [2] Los niveles calcinados de palacios minoicos se pueden deber tanto a catástrofes naturales como a acciones bélicas propias del sistema invasor ario; cuyos paralelos incendiarios se encuentran en las viejas ciudades del valle del Indo. [3] MONTENEGRO DUQUE, A y SOLANA, J.M. (1986): “Etnias y pueblos confluyentes en la perspectiva histórica del Antiguo Oriente”. GRAN HISTORIA UNIVERSAL, Vol IV. Madrid, [4] Curiosamente, en las excavaciones relacionadas con emplazamientos hicsos no han aparecido caballos y sí asnos.
|