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ARTURO DE BRETAÑA LOS MITOS CELTAS DE UNA LEYENDA

 

LOS DRUIDAS, ETIMOLOGÍA DE LA PALABRA

Duida es la palabra que más evoca la religión celta, los druidas eran  una institución pancéltica, existían druidas en Irlanda y Francia, pero según César, en la Guerra de las Galias, (IV, 13), los druidas procedían de Gran Bretaña, más exactamente los druidas de la Galia iban a Gran Bretaña para visitar sus santuarios y sus renombradas escuelas.  Conocemos a los druidas por numerosos historiadores clásicos, César, Diodoro, Estragón, Posidonio o Timágenes.

La palabra druida según los antiguos está relacionada con el nombre de la encina, los druidas son los dryadas, los sacerdotes de la encina (*Dá.) en el País de Gales se los nombra a partir del nombre de la encina derw, del cual se deriva dercvydd. Sin embargo celtistas como Thumeysen y D'Arbois opinan que drui se relaciona con sui, que significa sabio, la raíz verbal uid significaría saber, por lo tanto los druidas serían los hombres muy sabios, los muy prudentes, los adivinos.

Se caracterizan por tener una serie de árboles que les están consagrados, el avellano, del cual llevan varillas cortadas, con las que ejercen el poder; están unidos a la encina, de la cual recogen el muérdago y las bellotas, que les permiten adivinar; los druidas están unidos a los árboles como los clanes totémicos a sus tótem.

Esta podría ser la imagen que tenemos de un druída pero concretemos más la noción de lo que es un druida acercandonos a la definición de Marlcale en su obra Druidas:

" ... Siempre que los autores de la Antigüedad clásica han hablado de los druidas, lo han hecho con cierta admiración. En ningún caso les han confundido los historiadores griegos y latinos con brujos de baja estofa. El eduo Diviciacos, ya mencionado por Cesar, lo es también por Cicerón, que se precia de haberle conocido y haber discutido con el: "Pretendía conocer las leyes de la naturaleza, lo que los griegos llaman fisiología y predecía el porvenir, bien por medio de augurios, bien por medio de conjeturas" (De Divinatione, I, 40). Los autores más tardíos llegan incluso más lejos: Amiano Marcelino (XV, 9) relaciona a los druidas con los discípulos de Pitágoras, Hipólito (Philosophumena, 1, 25) afirma que han estudiado asiduamente la doctrina de Pitágoras, mientras que Clemente de Alejandría (Stromata, 1, XV, 71) relata una tradición según la cual Pitágoras era discípulo a la vez de los brahamanes y de los gálatas, es decir, de los druidas gálatas."

La relación entre los druidas y Pitágoras, en uno u otro sentido, parece altamente improbable, pero esa tradición atestigua un cierto parentesco entre el pitagorismo y el druidismo, por lo menos con arreglo a lo que los griegos podían comprender de este.  Y se sabe que lo comprendieron mal.

 Sin embargo, ello supone reconocer al druidismo el  valor de un sistema de filosofía perfectamente honorable, y es eso lo que es importante. Aun cuando su comprensión fuera incompleta, incluso errónea (por diferentes causas: falta de informaciones precisas, sistema de lógica diferente, mentalidad opuesta, empeño de sincretismo), los griegos se extrañaron de que los Bárbaros pudieran poseer una tradición filosófica y religiosa de una gran altura intelectual e incluso espiritual.

Eso no les impidió, como tampoco a los autores latinos, mostrarse muy confundidos en cuanto a las funciones de los druidas y a sus denominaciones.

Se les atribuían funciones de filósofos, de magos y de poetas cantantes (bardos).

Pero, como dice Cicerón, dado que se dedican al arte augural, son también vates, y de este último termino, el neo druidismo contemporáneo, del que tenemos que hablar, ha formado la palabra ovate, que significa simplemente adivino, designando así el grado inferior de los participantes en una asamblea druídica (gorsedd).

Y César, siempre a propósito de Diviciacos, utiliza el término sacerdos, lo cual define al druida como un auténtico "sacerdote", no sólo en el sentido latino, sino en el sentido actual dado universalmente a esa palabra. En otros casos, se recurrirá a aeditus, es decir el sacerdote que guarda y presta servicio en un templo dedicado a una divinidad particular, el equivalente a un cura de parroquia actual, o también, en Bretaña, a un "rector", que es canónicamente el verdadero responsable del santuario.

Y si la palabra magos la utilizan Plinio y algunos otros para traducir el termino druida, es sin connotación despreciativa: los "magos" de Asiria o del Próximo Oriente no eran sólo magos, sino también sacerdotes, astrónomos (en realidad astrólogos, pues la observación científica se confundía con la especulación astrológica), sabios, filósofos y adivinos. Y para la mayoría de los autores de la Antigüedad, los druidas son igualmente "médicos" y "teólogos" a los que se presenta como equivalente de los "Sabios" de Grecia o de Oriente.

Son a veces "semnotheos", lo que les emparienta mucho más con los sacerdotes de las religiones mistéricas que empezaban a invadir el mundo greco-romano que con los administradores de la religión de Estado que era de hecho la de Roma. Hay que señalar así mismo el término euhages o euhages para designar a la categoría de los druidas adivinos. Se halla este término en Amiano Marcelino, que traduce al latín al griego Timágenes: de hecho, euhages es una mala trascripción del galo vates (transferido tal cual al latín) a través del griego ouateis.

Existe sin embargo una denominación druídica que se ha prestado a un larga discusión. Se halla en el octavo libro de los Comentarios de César, el escrito por Hirtius, pero utilizada como un nombre propio de persona: gutuater. El término está atestiguado por cuatro inscripciones galo-romanas: una vez considerado como un nombre propio (en Puy-en-Velay) y tres veces como un nombre común.

En uno de los casos, la formula gutuater Martis no deja ninguna duda: se trata de un sacerdote consagrado a Marte, sustituto este último de una divinidad gala de la guerra. Gutuater es por tanto una indicación de función sacerdotal. La palabra no tiene nada de misterioso, pues se halla en ella el término gutu, literalmente "voz", y el término ater (o tater, emparentado con la raíz indoeuropea del nombre del padre). Es el "Padre de la Voz" o el "Padre de la Palabra", o lo que es lo mismo un sacerdote encargado de la predicación o encargado de pronunciar invocaciones, alabanzas o sátiras de naturaleza netamente mágica. En esta última acepción, la función tiene su equivalente en Irlanda.

 

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